A lo largo de su trayectoria de más de veinte años, Doris Ríos no ha negado lo utilitario para meramente adentrarse en los terrenos de la escultura desde las modalidades que el material cerámico ofrece. Su obra crea y exige un espacio, no la centralidad protagónica de la escultura, sino un espacio que debe ser transitado, recorrido, y también un espacio de diálogo que toda verdadera instalación necesita. A diferencia de la mayoría de los ceramistas, Ríos emplea la cerámica no por sus meras propiedades como material —su singular plasticidad, la calidad de sus texturas, sus tonos y demás— sino por las posibilidades conceptuales que este noble material le permite. La tierra es el principio y la condición de la idea. Las características plásticas del material están presentes, no son ocultadas, podemos hablar inclusive de maestría técnica, pero en la mayoría de los casos la propuesta es un todo que trasciende lo material, lo puramente técnico, y nos lleva, nos invita a la reflexión.
Todos estos elementos —la sencillez esencial que no necesita de adornos ni detalles superfluos; la austeridad de las formas, repetidas y en diálogo; la apropiación y re-creación del espacio, así como el resultante aspecto intrigante, enigmático— le confieren a la obra de Ríos una delicada y particular belleza.
Paisaje de verano o a través del espejo nos invita a reflexionar sobre el poder evocador del lenguaje. Sus palabras y frases sueltas, sacadas de la prensa, nos exhortan a buscar sus preciosos e imperecederos mensajes. Las palabras vistas nuevamente, desde otro ángulo, dejan de ser simples símbolos pasivos y recuperan su valor originario, transformando el lugar de contemplación, la sala del museo, en el lugar de una experiencia. A pesar de su frágil materia —cerámica y papel— demarcan un sólido camino. Palabras de tierra, huellas de palabras, que figuran el contorno intangible del saber y del tiempo.
Juan Carlos López Quintero
Curador, MAPR